Cerca de 25.000 especies están amenazadas por el cambio global causado por el ser humano.
Más concretamente, el cambio climático amenaza la extinción de entre el
15 y el 37% de todas las especies terrestres de aquí a 2050. Estas son
algunas de las cifras que recoge el libro colectivo Cambio global. Una mirada desde Iberoamérica, una publicación de LINCglobal en la que han participado una decena de investigadores e investigadoras del CSIC.
La comunidad científica coincide en que vivimos en un periodo de extinción masiva de especies. Esta pérdida de biodiversidad es una de las consecuencias más perniciosas del denominado cambio global,
referido al conjunto de transformaciones que la actividad humana está
provocando a escala planetaria, y que ha llevado a algunas voces
expertas denominar al actual momento como la Era del Antropoceno.
Pero este proceso comenzó hace mucho tiempo. Como explica el libro,
“en los últimos 11.000 años (…), la humanidad se ha venido apropiando,
de forma creciente y continuada, de los recursos biológicos y de la
productividad natural de la tierra y el mar, para generar crecimiento y
expandir las civilizaciones”. Como resultado, más de la mitad de la
superficie habitable de la tierra ha sido significativamente modificada
por la actividad humana. Hemos alterado la naturaleza, y por tanto la biodiversidad,
a través de la agricultura, la silvicultura y la pesca; la
sobreexplotación de las especies de valor comercial; la destrucción,
conversión, fragmentación y degradación de hábitats; la introducción de
especies exóticas; la contaminación del suelo, el agua y la atmósfera,
etc. Nuestro modelo de “desarrollo” es insostenible, pues se apoya en la
explotación de recursos naturales y en la generación de todo tipo de
desechos sobre los sistemas naturales. Esa actividad frenética va
acompañada de una mayor producción y consumo de energía, un aumento de
contaminantes y un incremento de las temperaturas.
Pero, ¿qué efectos tiene la pérdida de la biodiversidad para la humanidad?
Este concepto va mucho más allá de la diversidad de especies; se
refiere a todas las variaciones de las formas de vida en una determinada
región, lo que incluye también la diversidad genética, de formas, de
atributos funcionales, de interacción entre especies e incluso de
ecosistemas. Por ello, la pérdida de biodiversidad, en cualquiera de
sus formas, tiene consecuencias muy perjudiciales para la humanidad a
corto y a largo plazo. Sectores como la producción de alimentos,
el suministro de agua potable y la producción de medicamentos dependen
directamente de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos.
Por ejemplo, la sobreexplotación de los océanos puede poner en peligro
la pesca y afectar a la soberanía alimentaria de muchas comunidades,
como sucede en la costa chilena, donde las pesquerías están
prácticamente en colapso. También la deforestación y consiguiente
pérdida de los bosques promueve la concentración de gases de efecto
invernadero en la atmósfera y puede alterar el ciclo hidrológico. Esta
situación se observa en la Amazonía a través de los llamados ‘ríos
voladores’, expresión que alude al vapor de agua generado por el bosque y
que regula la precipitación en diferentes regiones del continente.
Dicha regulación garantiza a su vez el agua necesaria para el consumo
humano, la agricultura, la ganadería y la electricidad, de ahí que la
pérdida de diversidad biológica sea tan nociva.
Junto a lo anterior, la obra se refiere a los efectos en el ecoturismo.
Esta actividad, importante fuente de riqueza para muchas regiones,
puede comprometerse si se pierde biodiversidad y se degradan los
paisajes. Lógicamente, el deterioro del sector conllevaría la
destrucción de empresas y puestos de trabajo relacionados con el turismo
sostenible.
Aunque aún no conocemos el papel exacto de la biodiversidad en el
mantenimiento de los procesos ecológicos, el debate científico en torno a
esta cuestión se ha intensificado. Tanto es así que la ONU ha declarado
el 22 de mayo Día Internacional de la Diversidad Biológica.
Como señala la obra Cambio global. Una mirada desde Iberoamérica,
“asignar un valor a la biodiversidad no es sencillo, no podemos
establecer un valor monetario, pero sin ninguna duda su mantenimiento y
conservación son esenciales para el bienestar humano en el planeta”.
Por Mar Gulis (CSIC)
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