Hola a todos, ¿cómo vais con los cambios? Espero que
sigáis en vuestro empeño hacia una nueva forma de vivir. Es importante que
hagáis una lista con todas aquellas cosas que tenéis que cambiar y que la
pongáis en la puerta del frigorífico o en algún sitio visible, así os será más
fácil tomar decisiones sobre qué cambio toca esta semana, quincena o mes, y
sólo así, con vuestra perseverancia, conseguiréis vuestro objetivo final.
Quiero pediros disculpas por la tardanza, pero no he
tenido tiempo para escribiros en estas dos semanas. Mientras, he publicado
algunos de los artículos que tengo escritos desde hace años, para así poneros
en situación sobre cuestiones que a lo mejor muchos de vosotros desconocíais.
Esta semana quiero hablaros de algo que me preocupa:
las diferencias que existen entre productos biológicos y químicos. Tengo que
deciros que aún hay muchas personas que les cuesta entender esta diferencia, ya
que sólo se guían por cómo huele, cómo sabe y cuánto cuesta.
Cuando uno come un enorme chuletón o una lasaña, uno
tiene que entender que, cuando se ingieren, esos alimentos pasarán por el
aparato digestivo. Si son muy grasos les costará digerirlos, pero lo importante
de verdad es que, si no son productos biológicos, cuando nuestro organismo los
deshaga y separe sus células, se encontrará que son células muertas, es decir,
hormonas, antibióticos, plástico en forma de emulgentes, etc. o, mejor dicho,
residuos; ni siquiera encontrará una grasa
para almacenar, por si necesita ese recurso en algún momento determinado.
Entonces mi pregunta es, ¿somos conscientes de la
diferencia que hay entre COMER y
NUTRIRSE? Yo creo que no, y no por que nos cueste entender lo que necesita nuestro cuerpo. Creo
sinceramente que es porque llevamos años siendo educados en el consumismo,
tanto que, para conseguir todo aquello que deseamos, hemos necesitado
administrar nuestro presupuesto mensual
y, para que nos dé para todo, hemos reducido en calidad. Así, la alimentación
ha pasado de ser una necesidad prioritaria a ser parte de una lista de cosas
que creemos necesarias y que en realidad son objetos de lujo y no necesarios
para vivir.
Si tengo una alimentación pobre en nutrientes, enfermo
e incluso puedo morir. Si no tengo móvil, televisión o no me voy de vacaciones,
ni enfermo ni muero. Así de sencillo. Y eso lo entiende hasta el más tonto del
mundo.
En alguna ocasión, y después de alguna charla, me han
comentado algunas frases que quiero
compartir con vosotros:
“Yo no puedo vivir sin leche”. A esto le diría, “yo sí
puedo vivir sin pólipos y tumores”.
“Me encanta el perfume”. A esto le contestaría, “me
encanta disfrutar de la vida, no quiero matar neuronas de mi cerebro, deseo
vivir muy lúcida y mantener mi memoria y mis movimientos hasta bien mayor”.
“Es muy caro”. Mi respuesta sería, “¿qué precio tiene
tu salud? ¿Crees que te sale barato comer plástico, sólo por el hecho de que
gracias a los emulgentes te ha sabido exquisito, con un sabor imaginario e
inútil para tu organismo? ¿Crees que comer algo para después cagarlo directamente
es barato? Que yo sepa eso es como tirar el dinero a la basura, o peor aún, ya
que no sólo lo tiras a la basura, sino que además tiene consecuencias en
tu salud”.
Y qué deciros de un gel o una crema hidratante. Sobre
este asunto tengo que confesaros que estoy bastante cabreada. Me parece genial
que haya cursos de cosmética iniciados
por ayuntamientos o por artesanos, ya que a mí la química (no nociva) me
fascina y me encanta, y por ello entiendo que muchas personas se sientan
atraídas por el hecho de aprender a hacerlo.
Pero no vale todo, es decir, te encuentras que en la
mayoría de estos cursos no se tiene ni
idea de química. Se utilizan derivados del petróleo, productos abrasivos y
minerales cancerígenos. ¿Creéis que a esto se le puede llamar artesano o
natural?, ¿a un producto cuyo resultado final es más nocivo para la salud que
cualquiera de la industria petroquímica?
Hasta la palabra ARTESANO ha degenerado. Antiguamente
un artesano era aquél que hacía un producto con sus propias manos, pero además,
para hacer dicho producto utilizaba los recursos que la naturaleza le daba,
materiales cotidianos que se utilizaban en el día a día; y desde luego lo que
no utilizaba eran productos dañinos para la salud.
Quiero que entendáis la diferencia entre un aceite puro
biológico y uno químico, y no sólo es cuestión de que haya una gran diferencia
de precio. ¿Os habéis preguntado por qué?
Veréis. Para sacar
1ml de aceite esencial puro de rosas se necesitan ocho toneladas de
pétalos, pero no sólo se necesita semejante cantidad. Pensemos en el proceso
que ha pasado hasta poder disponer de tantas rosas, ya que es una de las
plantas con más plagas para combatir y
los cultivos biológicos tienen que luchar con recursos naturales para no dañar
las maravillosas propiedades de las plantas, lo que cuesta mucho tiempo, dinero
y a veces pérdidas de cultivos.
Por supuesto, no puede ser barata; de hecho es una de
las esencias más caras (1/2l ronda los
3.000€).
¿Qué diferencia hay, entonces, entre hacer una crema
hidratante con esta esencia pura a
hacerla con una química? La hidratante biológica no sólo hidrata, da
elasticidad, alimenta a las defensas, previene la deshidratación, regenera la
epidermis y nos aporta un sin fin de propiedades. En definitiva, nos nutre
desde fuera hacia dentro.
En cambio, la hidratante hecha con aceite base sin
propiedades, ya que en su producción se utilizaron pesticidas y una esencia
química que imita el olor de la original, daña el sistema nervioso, mata
células de defensas, elimina la queratina, elimina el manto ácido que nos
defiende de infecciones y hongos, debilita la fábrica de melanina y nos provoca
un sinfín de reacciones nocivas para nuestra salud desde fuera hacia dentro.
Hace unos días un artesano me comentó que a él le
costaba el aceite esencial de Lavanda la mitad que a mí. Intenté explicarle que
a pesar de que su esencia se parece al de la Lavanda es un producto químico
carente de propiedades e incluso le expliqué cómo daña la salud. La única
explicación que me dio fue que a la gente no le importa si tiene propiedades o
no, quieren, en este caso, un jabón con olor a Lavanda y que sea barato. Y lo
que más me dolió de su explicación es que tiene razón; de hecho, cuando
intentas decir a una clienta el porqué de lo elevado del precio de algún
producto te suelta que es muy caro y no le interesa saber más.
Después nos ofende que nos traten como ovejas, pero
aunque me indigna, la mayoría se comporta como si lo fueran de verdad.
Para terminar, deciros que es muy importante
reeducarnos, sobre todo en tres cuestiones, para mí, imprescindibles en el día
a día.
1º ¿Cuánto necesito?, alimentos, ropa, perfume, etc.
2º ¿Cómo es?, bueno, dañino, etc.
3º ¿De dónde procede?, con pesticidas, producción de
esclavos, de comercio justo, etc.
Se supone que debemos crecer con sensatez, moralidad y
principios, para así trasmitírselos a las próximas generaciones, y sólo así nos
formaremos como personas inteligentes y no como ovejas.
La única verdad es que cuando uno está sano y joven
cree tener todo el tiempo del mundo y por ello no valoramos en el presente todo
aquello que nos rodea, no le damos valor a nada que no sea un material muy caro
(coche, casa, etc.). En cambio, cuando uno está enfermo, es como si de repente
se despertara de un largo sueño y todo cobrara sentido. Todo recupera su valor
y, por encima de todo, se valora el amor, la coherencia, la moralidad y los
principios. Me parece triste que tengamos que pasar por una mala experiencia
para darnos cuenta de ello.
Espero muy sinceramente que, antes de comprar o
adquirir cualquier producto, reflexionéis sobre ello, ya que vuestra vida y la
de los demás depende de ello.
Os deseo mucha SALUD.
Pilar Ruiz.
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