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sábado, 23 de abril de 2016

VOLVER A LA ZONA CERO


La noche del 11 de marzo de 2011, el señor Anzai Toru intuyó que algo grave había pasado. La radio y la televisión hablaban de forma abstracta de un suceso en la cercana central nuclear de Fukushima, próxima a su casa, pero no ofrecían información concreta, y con la confusión creada tras el tsunami que acaba de azotar la costa oriental de Japón, nadie parecía prestar demasiada atención al tema. El señor Anzai con su casa en las montañas y a varios kilómetros de la costa se había librado de las consecuencias del maremoto, pero de alguna manera su instinto le hacía pensar que esto era diferente.

Durante los días siguientes llegaron más dudas, rumores y miedos, hasta que finalmente quienes llegaron fueron las autoridades para obligarle a él y a sus vecinos a abandonar la zona: su instinto no le había fallado y el suceso de Fukushima era un grave accidente nuclear que había provocado un escape de radiactividad que empujada por el viento había llegado hasta su pueblo en la comarca Iiate, a unos 40 km en línea recta de la central. Y su vida se había roto.

Lo que les pasó después a los habitantes de esta región es una larga historia de trabajo y sufrimiento en silencio para tratar de normalizar sus vidas, en muchas ocasiones, sin éxito. De los miles de personas evacuadas tras el accidente, se estima que unas 70.000 aún siguen viviendo en barracones y casas prefabricadas lejos de sus hogares, a los que, en muchos casos, nunca podrán regresar.

Pero ese accidente marcó a todo el país. El experto en energía de Greenpeace Japón, Mamoru Sekiguchi, recuerda que ese día cambió su vida y la de muchas personas. Desde entonces su misión se ha convertido en una especie de cruzada para que su país tenga un sistema energético seguro, sin nucleares. “De alguna forma sentí que esto fue una señal. El desastre fue muy grande pero pudo haber sido mayor y en Japón, con tantos seísmos, no es algo descabellado pensar que podría volver a suceder, por lo que necesitamos dar el salto a las renovables y abandonar la energía nuclear”, asegura Mamoru.

Esta visión es completamente compartida por Naoto Kan. El señor Kan era primer ministro de Japón durante el accidente de Fukushima y se sintió tan frustrado y decepcionado con la industria nuclear que ahora se ha convertido en el principal baluarte de la lucha por un cambio de modelo energético en la política japonesa. A Kan no le ha temblado el pulso a la hora de asegurar que se siente responsable del suceso, pero reconoce que no recibió la información correcta o incluso que fue, en cierto modo, engañado.
Descontaminación inútil

Mamoru Sekiguchi protesta contra la reapertura de la central nuclear japonesa de SendaiAhora, cinco años después, el Gobierno japonés ha diseñado un caro plan para que muchas personas evacuadas vuelvan a sus casas a partir de 2017, aunque la situación aún es grave, a pesar de que para hacerlo posible, miles de operarios trabajan a destajo en las labores de descontaminación que se están llevando a cabo.

El proceso es metódico: se retira la capa superficial de tierra de los márgenes de las carreteras y caminos y de los 20 primeros metros alrededor de las casas. Esa ingente cantidad de tierra (se estima que ya se han retirado nueve millones de metros cúbicos) es almacenada en grandes sacos negros que se apilan en interminables hileras que se han constituido en la imagen de la prefectura de Fukushima. Sin saber muy bien qué hacer con toda esa tierra y restos contaminados, las autoridades los han distribuido por cunetas y campos abandonados y ya hay más de 114.000 emplazamientos diferentes. Toda la región de Fukushima es un auténtico cementerio nuclear.

El señor Anzai se encuentra entre las personas que deben volver a su pueblo el próximo año, aunque no está muy convencido de ello, y no es por falta de ganas. Tras cinco años lejos de su casa, desde hace unos días la visita casi a diario.

La experta en energía nuclear de Greenpeace España, Raquel Montón, que ha pasado varias semanas en Japón, muestra con un medidor de radiactividad cómo los esfuerzos por descontaminar el terreno no están dando los resultados que se esperaban y la contaminación es perceptible por doquier, incluso dentro de las casas y, lo que es más grave, las zonas descontaminadas en muchas ocasiones se han vuelto a contaminar. El señor Anzai se muestra aturdido cuando se habla de este tema.

“En una zona boscosa como la que rodea a la central de Fukushima, es fácil que las partículas radiactivas de cesio no permanezcan fijas en una zona sino que se desplazan con el viento y la lluvia”, comenta Mamoru Sekiguchi que ha analizado con otros expertos de Greenpeace las secuelas de la contaminación en tierra y en el mar.

El señor Anzai vive desde hace cinco años en un campamento con una pensión de unos 700 euros al mes (una cantidad bastante baja para Japón), al igual que otros miles de personas que han sido realojadas. Comenta que dispone de siete tatami (el equivalente a unos 12 metros cuadrados), por eso, cuando vuelve a su antigua y amplia casa, se queda mirando sus recuerdos como obnubilado. En la pared cuelga un calendario que sigue abierto en el mes de marzo de 2011 y de una viga del techo penden retratos de sus antepasados.

Pocas son las personas que regresan a sus casas por miedo a la contaminación, pero para Anzai su casa era su sueño. Tras trabajar durante años como guardabosques, un bosque al que ahora no puede acceder, tenía pensado dedicarse a la agricultura y cultivar sus propios alimentos. “Cuando vinieron a decirnos que teníamos que abandonar nuestras casas nos advirtieron que no podíamos llevar mucho equipaje, por eso dejé aquí casi todas mis pertenencias y con ellas mis recuerdos y buena parte de mi pasado”, comenta Anzai nostágico. Recientemente le han detectado un tumor, aunque no se atreve a relacionarlo directamente con el accidente. “Me faltan las pruebas, pero mi salud se ha degradado más en estos últimos cinco años que en los anteriores 55”.
Chernóbil: Volver a empezar 30 años después

Anna Malashenko y su marido Vasyl en sus tierras cerca de la central de Chernóbil

Una situación similar de indignación, enfermedad y desconcierto es la que viven, 30 años después, los habitantes de las zonas evacuadas alrededor de la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania. Al igual que en Fukushima, miles de personas fueron obligadas a dejar sus casas poco después del accidente en un proceso muy similar de ausencia de información, expulsión, realojo y olvido. Aquí las víctimas tampoco han sido reconocidas ni compensadas como cabría esperar y muchas de ellas, que aún no han perdido la esperanza de empezar una vida nueva, han decidido volver a la zona contaminada.

“No se trata solo de las víctimas directas de los accidentes nucleares, sino de los impactos que sufren las personas después”

“Tenemos poco que perder; ya somos mayores y queremos pasar los últimos años de nuestra vida en nuestro hogar”, comentaba Anna Malashenko a un equipo de Greenpeace que visitó su casa recientemente. Junto con su marido, Vasyl, Anna ha regresado a su tierra tras pasar los últimos 30 años de su vida alejada de ella. “Somos doblemente víctimas del accidente, porque sufrimos el impacto directo en nuestra salud y luego hemos sufrido las consecuencias del olvido”. Mario Rodríguez, actual director de Greenpeace en España, viajó hace unos años a la zona: “No se trata solo de las víctimas directas, sino de los impactos que sufren las personas después”, comenta. “Por ejemplo no puedo dejar de pensar en la cantidad de niños huérfanos que habían sido abandonados por sus padres tras la catástrofe debido a los trastornos psicológicos que habían sufrido, esto es un problema muy desconocido y muy grave”.

Lo curioso es efectivamente las similitudes entre los dos accidentes, a pesar de las muchas diferencias entre ambos: uno en la antigua URSS, otro en un país rico y moderno como Japón; el primero hace 30 años y el otro hace cinco, pero en uno y otro, las personas sufren igual el impacto, el desarraigo e incluso el desprecio de sus convecinos que en ocasiones les recriminan que se están aprovechando del Estado. Sin duda, como muchos expertos apuntan, el problema en Japón en 25 años será muy parecido al que se vive hoy en día en Ucrania.

Japón, un país cuya potente economía lleva años estancada pero que sigue contando con un poderoso músculo, está tratando de solucionar el problema motu proprio, pero Ucrania ha tenido que pedir ayuda a varios países donantes para afrontar la construcción de un segundo sarcófago que costará al menos 2.150 millones de euros para cubrir la central y evitar la fuga de radioactividad en el futuro. Pero 30 años después el problema aún no ha sido resuelto, como tampoco lo estará el de Fukushima en las próximas décadas, aunque se obligue a la gente a regresar a sus casas contaminadas en la zona cero, o lo hagan voluntariamente, porque las víctimas no pierden la esperanza como tampoco la pierden los responsables de las catástrofes para que, si vuelve a haber otro accidente, sea ocultado rápidamente por el olvido.

Conrado García del Vado es responsable de Comunicación en Greenpeace España